jueves, 3 de marzo de 2011

Subiendo el listón

A mediados de los 80 comencé a practicar una actividad que luego se convertiría en la base de mi experiencia laboral. Los fines de semana empecé a madrugar más de lo habitual para subir a la furgoneta e ir a montar una parada al mercadillo que tocase ese día. Los sábados Rubí y los domingos Canovelles. Pueblos ambos en los que había una zona de calles delimitada para uso de los mercaderes. Llegabas, aparcabas junto a tu sitio, descargabas un montón de cajas, hierros y un par de toldos (uno de tela para el sol; ese se ponía siempre, y otro de loneta de plástico azul por si acaso ese día le daba por llover). Una vez vacía la furgoneta tocaba montar la parada, colocar el toldo y unas anchas láminas de madera que servían de mostrador y expositor. Y a esperar a la gente. Tan sencillo como eso. Vendíamos artículos de señora en su mayoría y lo único que había que hacer era responder a las preguntas que se nos hicieran, buscar la talla, el modelo y el color deseado y vender. Nada que ver con la cantidad de exigencias que imperan hoy en día en el mundillo del comercio; que si gente proactiva, que si fidelización del cliente ( yo creo que si uno es sincero con el cliente éste se fideliza solito), que si promoción de productos a base de regalos o descuentos....
Creo que en esa época de mi vida laboral debe ser cuando más frío y calor he pasado pero por lo menos el trabajo era fácil y agradable de realizar.
Fue también la etapa en la que me aficioné al café.
Era el mejor momento de la mañana. Con la parada montada y el género puesto, hacíamos turnos para ir a tomar un buen café caliente al bar más cercano que estuviese abierto. Y sobretodo en los días de invierno, se agradecía un buen sorbo de café humeante que te matase el resto de sueño, provocado por esa diferencia de dos horas de adelanto respecto al horario habitual.
Desde luego me gustaba más estar ahí que en el colegio.
No había que llegar a una cifra. No había objetivo. Solo despachar, ser simpática y proporcionar la prenda adecuada a la persona de turno. El recuerdo que tengo de esas ventas es algo mucho más cordial, sincero y desinteresado que todas las ventas que he realizado después en otros sitios, bajo la autoridad de personas que me eran ajenas y que solo deseaban enchufar lo que fuese y meter una cifra en la caja registradora. 
Supongo que eso es lo que al final ha acabado por hacerme aborrecer un poco el comercio.
Cualquier as de los negocios sabe perfectamente que hay que crear una necesidad para mover un producto. ¿Por qué entonces hay menos preocupación por cubrir adecuadamente esa necesidad a la hora de cerrar una venta? 
Es algo que ocurre en muchos ámbitos.
Se pierde el verdadero objetivo entrando y saliendo por los laberintos de superar los ingresos del mes anterior y otros objetivos que, lejos de facilitar la actividad, la ralentizan y entorpecen. Es cierto que hay que cubrir gastos y muchos de estos dependen del número de ventas; pero todos estos años metida en este mundillo me han servido para comprobar que los que más éxito consiguen realmente escuchan  a la persona que tienen delante. No se plantean su trabajo como una venta, sino como un proceso de intercambio de información que servirá para que el cliente en potencia consiga encontrar aquello que busca o que necesita. Eso es lo que realmente fideliza a un cliente; sentir que atienden a sus necesidades o deseos, no que intentan convertirlo en la venta número x del mes corriente.

2 comentarios:

  1. Excelente artículo. Hoy en día el comercio tradicional se ha visto superado por las grandes organizaciones con unos comerciales agobiados por los objetivos de ventas. Estamos perdiendo el buen sabor del café...tras una tranquila jornada de ventas.

    Saludos

    Mark de Zabaleta

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  2. Estoy de acuerdo. Cuando la exigencia y la presión superan a la motivación y el gusto por el trabajo mismo no hay resultados.

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