domingo, 20 de marzo de 2011

En otros términos

En estos días en que Japón está en boca de todos debido a los sucesos, que sé que no tengo que explicar porque cualquiera lo sabe, y en contra de lo que sería lo normal conforme a mi caracter y a las circunstancias del país  del rising sun, me voy a dar permiso para pasar un poco por alto toda esa pena y el dolor que intentamos compartir con ellos. En vez de componer algo triste y acorde con lo que ha ocurrido, lo que podría ocurrir y lo que ocurrirá voy a recomendaros un libro.
Habéis adivinado, sí.
Es un autor japonés.
No me voy a extender en explicaciones de cómo es este hombre o del libro en sí, del que os diré el título un poco más adelante; ni se me da bien eso ni creo que lo prefiráis a descubrirlo por vosotros mismos.
Este japonés en cuestión es Kenzaburo Oé.
Y el libro se titula Un amor especial.
Hasta aquí las explicaciones.
Y si alguien lo ha leído ya o decide leerlo ahora, recordará o descubrirá por qué el pueblo japonés superará esto. No estoy hablando de la forma de ser de los japoneses; la esencia de lo que hablo es fácil de encontrar impregnada en cada palabra del libro; incluso en la textura del papel y en los dibujos que acompañan cada capítulo.  

martes, 15 de marzo de 2011

Aniversario.

_...se ha cumplido, hoy, veintitres de diciembre; varios museos internacionales, entre ellos el Louvre, el Prado y el MOMA, han acordado empezar a exponer hoy varias obras del artista, en reconocimiento póstumo a su trabajo; todas desconocidas hasta la fecha. Las obras estarán a disposición del público hasta el 30 de enero, en que serán retiradas para subasta privada....

Algo indefinido

De brillante sudor con la cara mojada, el estío desplaza el hastío invernal. Con el pecho inflamado en estrellas de fuego ruega que siga el juego de un verano fugaz. Pareciendo que llega, todo pasa y no queda, pereciendo sin tregua en las lenguas del mar; y en la muesca del tiempo deja oír su lamento todo un coro de caras que no pueden soñar. Pesa en vano la prisa de las presas del tiempo, pasa raudo el momento y oportuno es hablar, de las hebras de instantes recogidos a tientas en intentos que apenas detentaron verdad; imponente a poniente muere el rey de las mieses en un ciclo reptante de otro siglo sin más, y en estelas de plata sobre un mar escarlata se adormecen las horas en que el astro no está. Muere el día y no quiere de una herida que hiede el calor de la tarde a la sombra morar, y enamora los mares con caricias a pares la calina mezquina de un verano de azar. En espuma de azúcar y batir de zafiros hunde el sol su corona deslizando la sal. Y en espejo de plata con ribetes de arena deja el sol su cadena y se hunde al nadar.Ríen alto los niños, mientras corren al viento, empujando alegría en cometas de paz. En la tarde arabesca al amor de la siesta trenzan sueños de yesca sin poder despertar las doncellas y efebos entre quiero y no debo, entre dudo y no puedo de un pilar que caerá. Va girando la rueda por veredas de seda sin poder conceder de un atisbo verdad; que los rostros se angostan, agrietando verdades, deshaciendo paredes, destilando solaz. Entre briznas de menta, sangre verde y laureles, el anciano lamenta del verano el pasar; junto al río que acallan sayas rojas de bayas se refrescan las garzas la fatiga del mar, engarzando en sus alas perlas frías de agua, perturbando en murmullos de agua dulce el viajar. Otra noche vejada por estrellas rasgada llega al pueblo en silencio y refresca el soñar. El que duerme descansa si su sueño no danza sobre lanzas y espinos de un destino locuaz. Y otro día transcurre amarrado a las ubres de un destino lechoso que se oculta al llegar; desgarrando jirones de momentos felices el verano va huyendo por la puerta de atrás. Habla el viento en la huerta y responde una puerta, malcarada y esquiva con su brusco cerrar. Acodado en el cerro medio sol legañoso ilumina cerrojos a su antojo sin más.Unas nubes que rozan el pensar de un robledo se desgajan en penas de algodón sin hilar, y las aves atentas los recogen al vuelo planeando hacia el roble en que van a anidar El pinar reverdece, ocultando en agujas los avances del humo que se escurre hacia atrás. Pasa el tren de la vida, espumosa bebida que cual néctar sagrado se desea tragar. En el baile obligado de alegrías bordado, la tristeza en vainicas va poniendo el compás. En recuerdos fugaces la ilusión se rehace deshaciendo las hojas del sabor del error. Impoluto el olvido se permite el vacío de las cuencas sin vida del amor que pasó. Y la brisa refleja en su soplo dorado la corteza de barro que rodea el sentir. Corre el tiempo en la piel corrompiendo las mieles en deshielo de hieles de quien supo ser fiel. Un verano tras otro en un ciclo continuo sube el alma a las nubes sin poderlo evitar. Y mi intento de prosa presa siempre en la prisa de su poso que pesa y muy a su pesar, no se puede librar.         

Cuestión de caracter

-Siempre va con usted.
-Pues nadie la ve; ni siquiera yo. Nunca he sentido su presencia a mi alrededor.
-Eso es por su naturaleza.
-No entiendo.
-Verá, a la mayor parte del resto no le importa mostrar su desnudez públicamente, al margen de sus motivos, así que todos ellos le prestan su ropa. Y ella, que nunca ha tenido un traje propio, se viste con el atuendo del que encuentre más cerca.

domingo, 13 de marzo de 2011

El accidente nuclear de Japón

Lo que ha pasado y está pasando en Japón es grave, muy grave. Abogo por un cierre inmediato de todas las centrales nucleares del planeta. Algo de lo que iba a pasar ya lo predije en 2009 con mi libro Tribulaciones de un español en París:

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60. EL INFORME (I)


Las cosas ya iban mal cuando ocurrió lo del accidente nuclear en la frontera entre China y Mongolia. No iban mal. Iban muy mal. Por salvar la industria del automóvil (ya que a pesar de las ayudas gubernamentales, a pesar de los planes renoves que cada país promoviera, a pesar de las innovaciones tecnológicas, y a pesar de las bajadas de los precios de los últimos modelos fabricados, no lograba levantar cabeza desde el desplome de los bancos a finales de 2008), los diferentes promotores, inversores, industriales y aventureros de todo tipo se habían lanzado en una loca carrera por la puesta a punto del nuevo carburante que reemplazara al ya caduco petróleo, el cual amenazaba con agotarse más pronto que tarde. Y esta carrera por la obtención del combustible salvador, del carburante que iba a ser vendido por los siglos de los siglos, amén, sin tener que soportar la contrapartida de los gases nocivos para el medio ambiente, es decir, sin que los coches tuvieran que expulsar a la atmósfera el ―de repente― denostado CO2, trajo consigo una serie de transformaciones: se practicó al principio el cultivo con fines industriales (por aquello del famoso petróleo verde) en campos que antes habían servido para alimentar a las poblaciones y a las bestias con que se alimentaban estas poblaciones. Pero pronto se dio marcha atrás en esta alternativa, porque se vio que los perjuicios eran muy superiores a los beneficios. Se intentó luego crear una red de coches eléctricos, de manera que el conductor encontrara un lugar de recarga para su batería en numerosos puntos del mapa; pero esta urgencia por convertir la electricidad en el principal factor del desarrollo y mantenimiento de la industria del automóvil entró en dura competencia con otras necesidades no menos vitales para el hombre. En una palabra, el espectacular desarrollo de países tan densamente poblados como China o India supuso un notable incremento en el consumo de la electricidad. Y esta aceleración del consumo era difícilmente soportable por el planeta, cuyos recursos naturales no se iban a multiplicar de la noche a la mañana solo porque al ser humano le urgiera consumir más. A no ser que... Algunos gobiernos (entre ellos, el de Francia) encontró en esta coyuntura de penurias energéticas la ocasión de hacer su agosto, porque si conseguía exportar a estos países emergentes su tecnología nuclear, sus ingenieros y su precioso saber en materia de centrales, tal vez llegaría a recuperar el equilibrio monetario de las arcas del Estado, que amenazaba por aquel entonces con declararse en quiebra. Tan pronto surgió esta posibilidad, cuando ya los dirigentes y los industriales del sector energético estaban firmando contratos y acuerdos sobre la exportación de esta tecnología a China e India. El primero de estos países inició la construcción de varias centrales nucleares con el propósito de terminar cuanto antes tan magna tarea. Aconsejada por los técnicos e ingenieros franceses, China se creyó muy pronto capaz de levantar por sí sola la central que fuera la madre de las centrales, como ellos mismos la bautizaron, la más grande que jamás hubiera conocido el planeta Tierra. Pero de repente... en medio del fervor y del frenesí del popular país asiático, el cual comprobaba cómo sus planes de desarrollo salían a flote, sucedió la terrible tragedia: una de las centrales ―aún no había sido inaugurada― estalló, creando en una fracción de segundo una luz pavorosa que trajo consigo la muerte y la destrucción en el espacio de cincuenta kilómetros a la redonda.

jueves, 10 de marzo de 2011

Partidillo

Hoy he disfrutado de una mañana fantástica. He asistido a un partido de fútbol jugado por auténticos profesionales del fair play; y sin pagar un euro, porque, por supuesto, esas cosas que te alegran un instante o unas horas de forma genuina no tienen precio.
En la mitad de la mitad de un campo de fútbol convencional. Seis de esos locos bajitos; entre ellos una niña, un par de mocosos de cuatro, otro de unos cinco o seis y tres de unos once o doce, uno de los cuales aparentaba dieciséis por su constitución física.
No hay mucho más que contar. Pero la visión de ese partido hubiera sido un ejercicio interesante para un montón de gente con nombre.

lunes, 7 de marzo de 2011

Búscalo

Mientras el asfalto devora al sol
y la luna da la espalda
haciendo ejercicio
en tablas de cuatro
algunos fantasmas azulados
retuercen el silencio a gritos
traqueteando por el alquitrán derretido.
Buscando un punto,
la meta, el origen,
en un camino que humea,
estríado por los regueros de gasolina
desordenando el aire a su paso.
Siempre en marcha.

jueves, 3 de marzo de 2011

Dos micros

De un tiempo a esta parte se han puesto de moda los microrrelatos, minicuentos o maxifrases, como queráis llamarlos. Se trata de comprimir una historia en pocos renglones. Me he estrenado en este género con regular acierto. Ya me irán saliendo mejores (un poco de paciencia, por favor). Os dejo los dos primeros:


Un asesinato como otro cualquiera.
¿Quién quiere deshacerse de un cadáver? Yo no, desde luego. Para una vez que cometo un asesinato, van a privarme del resultado de mi obra. ¿Despojan al pintor de su cuadro cuando lo termina? ¿Impiden al poeta que lea su poema una vez le ha puesto punto y final?... ¡Y luego sostienen que hay justicia en el mundo! Cometo un crimen con todas las de la ley, con eso que denominan los abogados premeditación y alevosía, y cuando trato de meter el muerto en mi casa, vienen y me lo roban. ¡Perra vida! –y diciendo esto, el detenido dio la espalda a su carcelero.

La mirada.
Cuando miré, ella me sonreía. Había algo de noble en ese mirar y sonreír cándidos. En lo más alto el sol brillaba solitario. Arrinconaba las sombras de la explanada, donde apenas vi árboles, algún que otro matorral, una valla perdiéndose a lo lejos. Agobiado por las temperaturas, sequé mi frente con el pañuelo. Me giré acto seguido en redondo y descubrí que aún permanecía entre la hierba con la cabeza bien alta. Entonces la amé. Fue un amor tan intenso como efímero... Luego seguí mi camino por el sendero pedregoso. Adivinaba que a mis espaldas la vaca no cesaba de mirarme.

Subiendo el listón

A mediados de los 80 comencé a practicar una actividad que luego se convertiría en la base de mi experiencia laboral. Los fines de semana empecé a madrugar más de lo habitual para subir a la furgoneta e ir a montar una parada al mercadillo que tocase ese día. Los sábados Rubí y los domingos Canovelles. Pueblos ambos en los que había una zona de calles delimitada para uso de los mercaderes. Llegabas, aparcabas junto a tu sitio, descargabas un montón de cajas, hierros y un par de toldos (uno de tela para el sol; ese se ponía siempre, y otro de loneta de plástico azul por si acaso ese día le daba por llover). Una vez vacía la furgoneta tocaba montar la parada, colocar el toldo y unas anchas láminas de madera que servían de mostrador y expositor. Y a esperar a la gente. Tan sencillo como eso. Vendíamos artículos de señora en su mayoría y lo único que había que hacer era responder a las preguntas que se nos hicieran, buscar la talla, el modelo y el color deseado y vender. Nada que ver con la cantidad de exigencias que imperan hoy en día en el mundillo del comercio; que si gente proactiva, que si fidelización del cliente ( yo creo que si uno es sincero con el cliente éste se fideliza solito), que si promoción de productos a base de regalos o descuentos....
Creo que en esa época de mi vida laboral debe ser cuando más frío y calor he pasado pero por lo menos el trabajo era fácil y agradable de realizar.
Fue también la etapa en la que me aficioné al café.
Era el mejor momento de la mañana. Con la parada montada y el género puesto, hacíamos turnos para ir a tomar un buen café caliente al bar más cercano que estuviese abierto. Y sobretodo en los días de invierno, se agradecía un buen sorbo de café humeante que te matase el resto de sueño, provocado por esa diferencia de dos horas de adelanto respecto al horario habitual.
Desde luego me gustaba más estar ahí que en el colegio.
No había que llegar a una cifra. No había objetivo. Solo despachar, ser simpática y proporcionar la prenda adecuada a la persona de turno. El recuerdo que tengo de esas ventas es algo mucho más cordial, sincero y desinteresado que todas las ventas que he realizado después en otros sitios, bajo la autoridad de personas que me eran ajenas y que solo deseaban enchufar lo que fuese y meter una cifra en la caja registradora. 
Supongo que eso es lo que al final ha acabado por hacerme aborrecer un poco el comercio.
Cualquier as de los negocios sabe perfectamente que hay que crear una necesidad para mover un producto. ¿Por qué entonces hay menos preocupación por cubrir adecuadamente esa necesidad a la hora de cerrar una venta? 
Es algo que ocurre en muchos ámbitos.
Se pierde el verdadero objetivo entrando y saliendo por los laberintos de superar los ingresos del mes anterior y otros objetivos que, lejos de facilitar la actividad, la ralentizan y entorpecen. Es cierto que hay que cubrir gastos y muchos de estos dependen del número de ventas; pero todos estos años metida en este mundillo me han servido para comprobar que los que más éxito consiguen realmente escuchan  a la persona que tienen delante. No se plantean su trabajo como una venta, sino como un proceso de intercambio de información que servirá para que el cliente en potencia consiga encontrar aquello que busca o que necesita. Eso es lo que realmente fideliza a un cliente; sentir que atienden a sus necesidades o deseos, no que intentan convertirlo en la venta número x del mes corriente.