viernes, 11 de febrero de 2011

Los precios


La publicidad en la tele yo no la veo nunca. Pero muchas veces oigo en la radio anuncios o meten bajo la puerta de mi casa panfletos publicitarios. Todos hablan de lo mismo: «¡Oferta! ¡Menos caro! ¡Gana tanto si compras esto o lo otro!»
Yo me pregunto: «¿Cómo voy a ganar si siempre me toca pagar?...»
Según parece, estas empresas del marketing utilizan los precios como anzuelo para captar a los clientes. Dentro de los grandes almacenes ocurre lo mismo: productos en promoción se colocan formando pirámides en lugares estratégicos para que salten a la vista y destaquen más.
Oír un mensaje publicitario al día no tiene importancia, es un mensaje más. El problema viene cuando oímos ese mismo mensaje y otros muchos por el estilo no una sino infinitas veces al día. Entonces ya no podemos hablar sino de acoso, el acoso que la publicidad ejerce impunemente sobre la población.
Los empresarios nos tratan como ganado, nos consideran ganado solo apto para consumir lo que ellos quieran.
Tanto bombardeo de anuncios es ilegal (pues incurre en el delito de acoso, que está tipificado por la Ley).
Tanto pregonar la baratura de los precios tiene gato encerrado.
Con este asunto ocurre lo siguiente: cuanto más barato es un producto más perjudica al ecosistema, más contribuye a la destrucción del medio ambiente. Es una regla de tres que no falla nunca: cuanto menos vale algo más incurre en la ilegalidad. Ejemplos, a montones:
Los huevos se venden de acuerdo con un código que va del 0 al 3. Los que están marcados con el O proceden de gallinas sanas: se han criado al aire libre y sin medicinas. Por el contrario, los que están tachados con el número 3 proceden de gallinas encerradas en cajas donde no pueden ni moverse ni extender las alas. Sujetas al estrés y a la enfermedad, las atiborran de medicamentos para que resistan un poco más antes de llevarlas al matadero.
Imagino que ya lo habéis adivinado: los huevos de categoría 3 son los más baratos en el mercado, pero también los que más daño están causando a la Tierra.
Con la leche sucede algo parecido: si procede de granjas-fábricas donde las vacas apenas pueden moverse y son alimentadas con cuenta gotas (un ordenador fija la cantidad diaria de cereales que ingieren), aparte de recibir una dosis importante de antibióticos porque caen enfermas al estar hacinadas, entonces esa leche nos la venden a unos precios de risa.
¡Y la gente va y la compra y contribuye así a destruir la dignidad de la vida de todos los seres que habitan el planeta!
Con la ropa es un poco la misma historia: un tejano que no vale gran cosa procede, qué duda cabe, de fábricas del tercer mundo donde esclavizan poco más o menos a los trabajadores, aparte de contaminar el entorno porque los tintes que se emplean para fabricar esos tejidos los tiran directamente a los ríos, sin que hayan pasado por una depuradora.
Si compras papel a granel, de ese que vale 5 céntimos el kilo, ya sabes de dónde procede: allí donde antes había un bosque milenario de robles y otros árboles maravillosos han puesto en su lugar un cortijo de eucaliptos, árbol que crece muy rápido y proporciona abundante madera de escasa calidad.
¡Se están cargando los ecosistemas del mundo para que nos metan debajo de la puerta sus panfletos de publicidad mentirosa!
Y todo este abuso y atropello es legal, las autoridades no hacen absolutamente nada para protegernos de los empresarios depredadores, que están acabando con todo a su paso.
La solución es para mí obvia: el consumidor debe pagar lo que vale cada producto; comprar menos, pero buscar la calidad de lo que compra para que dure más. Las gangas y ofertas disimulan demasiado a menudo una destrucción masiva del medio ambiente.

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